Hace ya algunos viernes, enfundada en unos pantalones de imitación cuero, una blusa escotada y mis zapatitos de plataforma negra; fui arrastrada en contra de mi voluntad por mi mejor amiga de la prepa hasta los bares de la Condesa. Hacía aproximadamente cinco años que no salíamos ella y yo solas y por alguna extraña intuición del universo, esa parecía una buena noche para regresar a las andadas. Así fue como después de inspeccionar muchos lugares (como dos, ja), entramos a un barecillo bastante equis donde la música se oía super fresa (nuestra favorita) y la gente no parecía tan mamona, así que podríamos bailar ridículamente como lo hacíamos en nuestros buenos tiempos de juventud. Ya adentro, nos instalamos en el primer sillón que vimos desocupado y pedimos ella un Bailey’s y yo super loser una Coca con hielo (por eso de que no puedo tomar). Y entonces, como lo habíamos prometido, nos dedicamos a bailar estúpidamente sin prestar mayor atención a los asistentes masculinos, que a final de cuentas, después de escanear brevemente el lugar, no había ni uno solo más o menos decente como para perder el tiempo en ligotear.
Fue en una canción de negros cuando un bombón al que yo no había visto se me acercó de la nada y balbuceó algo que no pude entender.
- ¿Quéeee?
- Do you speak English?- me dijo con acento de Harry Potter.
Y bueno, pues que nos ponemos a hablar en inglés, yo con mi acento pésimo y a él que todas las palabras le sonaban tan bonitas. A mi amiga le presentó a su amigo australiano mientras me contaba que él era escocés, que había estado en México desde hacía unos días y que se iba a el lunes de regreso a su país. Bailamos, y un mesero bastante oportuno me empujó al pasar, haciendo que me pegara al cuerpecito super bien formado del escocés, el cual ni tardo ni perezoso, aprovechó la oportunidad y me besó. Y pues que me gusta la besuqueada y que ya no nos despegamos en toda la noche, hasta que pusieron Timbiriche y todas esas cosas de mi (uuuuh) generación y pues no me quedó más remedio que quitarme los malditos tacones traicioneros que ya me habían sacado ampollas y ponerme a brincar como una loca con mi amiga mientras los extranjeritos nos veían con cara de
whatthebloodyhell mientras trataban de imitar nuestras coreografías. Total que intercambiamos mails y nos despedimos y pues cada quien para su casa/hostal y todo bien.
Al otro día me encontré un mail del escocés en mi inbox preguntándome que si quería hacer algo el domingo, y pues como no tengo vida social y menos los domingos, quedamos de vernos afuera del Museo de Antropología en Chapultepec. Obvio, el siendo escocés, estaba ahí a la hora en punto, y yo corriendo porque el taxi no llegaba y el tráfico no cooperó nada, llegué un poco tarde pero sin perder el glamour. Nos fuimos a pasear, tomamos un camión a la Roma (resultó que el escuincle sabía usar mejor el transporte público mexicano que yo, ja) y me lo llevé a La Cervecería. Hizo una cara extraña al probar la michelada, pero le dije que no se podia ir de México sin probar una. Me platicó de su país, de sus hermanas, de que había vivido en Francia donde era instructor de esquí (punto más para él), que ya tenía chamba para cuando regresara, que se había pasado las últimas siete semanas viajando solo por Latinoamerica, que había surfeado en Costa Rica (cien puntos más para él), y que se le hacía raro y bien bonito ver que en México la gente se besaba y abrazaba en la calle así, a plena luz del día. Yo le conté un poquito de mi, y entonces me agarró la mano y me la apretó fuerte y me dijo con su ancento encantador:
- Nunca nadie me había besado como tú me besaste el viernes. Me pones nervioso, ¿sabes?... Si quisieras, podrías hacer lo que fuera de mi.
Yo sonreí, tratando de olvidar que le llevaba cinco años y que él se regresaba en unas horas a su país primermundista y que yo todavía traigo el corazón hecho millones de pedacitos filosos que se me entierran profundo en el alma cada que respiro. Me le quedé viendo y me di cuenta por qué me gustan chavitos. Y es que a los 23 pareciera que todavía no se les acaba la ternura en la mirada, en las palabras, en los besos. Caminamos agarrados de la mano hasta un cafecito, y ahí nos quedamos platicando otras dos horas, hasta que empezó a llover estrepitosamente. Esperando el taxi, me abrazó muy fuerte, y nos quedamos así, mojándonos sin que nos importara la lluvia. Por primera vez en meses, sentí que el aire me entraba a los pulmones. Y respiré.
Lo dejé en el metro Centro Médico. Nos besamos mucho, apresurado y lento, desesperadamente como cuando se sabe de antemano que será la última vez. Prometimos escribirnos, se bajó del taxi, me dijo adiós con la mano y se alejó.
Al día siguiente, me encontré con un mail que decía:
"Me dio mucho gusto haber decidido salir el viernes, porque así pude conocerte. Me gustaría que las circunstancias fueran diferentes, pero puedes estar segura que te voy a recordar por siempre. Espero volver a verte algún día."Y yo, mientras sonreía, respire profundo sabiendo que en cualquier momento, el aire me iba a empezar a faltar otra vez.