martes, septiembre 28, 2010

Tercera llamada, tercera.

Ya, por favor, que se acabe este estúpido septiembre, este maldito año, esta agonía lenta, lentísima. ¿Qué pasa si en esta vida no está lo que busco, si lo dejé en algún otro lado donde me está esperando? ¿qué se hace cuando aquí ya no hay nada, cuando uno se siente como simple espectador en una obra barata donde nada tiene sentido?...

Ya sé que ya los fastidié a todos con mis posts emo, pero siento que no puedo hablar de esto con nadie. Algo perdí hace mucho, y a lo mejor alguno de ustedes entiende este vacío que lo come a uno por dentro.

viernes, septiembre 24, 2010

Find me.

Out beyond all the breakin' of waves and the tribulation
it's a place and the home of ascended souls
who swam out there in love...
Run to the water and find me there...



Tengo ganas de escribir algo pero en este momento aún no sé que vaya a salir de mis dedos. Tengo ganas de playa, de sol, de sentir la arena tibia bajo mis pies. Tengo ganas de oir las olas a ver si me revelan el secreto que tanto he estado esperando. Tengo ganas de regresar el tiempo, de que no exista. Tengo ganas de ti y de tus manos, de tu aliento, de tus labios y de tus ojos. Tengo ganas de que los días no me duelan, de que me devuelvan lo que me han quitado a la fuerza. Tengo ganas que me regresen las partes de mi que se han robado con cada despedida, las que no me regresarán nunca. Tengo ganas de cerrar los ojos y sentir paz y no ausencias. Tengo ganas de dormir una noche completa, y que esa noche dure lo suficiente para que el futuro no logre verse y las dudas no me alcancen, y las tristezas se difuminen y el dolor desaparezca.

Tengo ganas de respirar abajo del agua, de quedarme entre las olas, de que me arrullen con su vaivén eterno.

Quizás ahí me encuentres esperándote algún día.

lunes, septiembre 20, 2010

Septiembre.

Mi cumpleaños vino y se fue. Esta vez no hubo playa, ni borrachera ni fiesta. Hubo chiles en nogada, eso sí, y a mi mamá le quedaron buenísimos. En el bicentenario no hice nada más que comer pozole con mis primos mientras veíamos la fiesta en la tele. No salí de puente. Tampoco sentí feo ayer al recordar el temblor del '85 y ver la bandera a media asta. Soy un zombie. Me pregunto si algún día me volveré a sentir viva otra vez.

Mujer casos de la vida real: El sábado fui a casa de doÑaroÑa y uno de sus amigos dijo algo que me hizo mucha gracia. Me empezó a dar risa y entonces me descubrí a mi misma haciendo una mueca horrible. Me espanté porque creo que ya no me sé reir.

Triste, ya lo sé.

sábado, septiembre 11, 2010

Dr. Psiquiatra.

Ayer me levanté poquito después de las cinco de la mañana con la idea de volver a hacer colas de mil horas para que me dieran una cita en el Centro de Salud especializado en Psiquiatría que queda hasta Buenavista (Buenavistaa, Buenavistaaa, Bueeenaviistaaaa... ¿quién no se acuerda de ese comercial?... Estúpido Lagrimita, ja). Todavía oscuro, salimos del metro (mi mamá querida me acompañó) y entramos al lugarcillo este, que para mi sorpresa estaba mucho mejor de lo que me imaginaba. Ahora sí, sin caídas ni ojos morados, me dieron mi ficha y pues a esperar a que me llamaran. Como dos horas después me llamó un doctorcito ya mayor bastante simpático, el cual me hizo mil preguntas desde que si me llevaba bien con mis papás hasta que si mi "primera vez" había sido bonita o no (gracias a Dios éste no me preguntó cuántas parejas sexuales había tenido, pff), y pues después de todo el interrogatorio, abrió su cajón y sacó su recetario. Yo en ese momento sentí que se abría el cielo y me iluminaba una luz tenue y tibia y oía a los ángeles cantar "Aleluya". El doctorcito escribió y escribió y por fin me dijo que me tomara la misma dósis de Tafil que me había estado tomando hasta ahorita, y me recetó un antidepresivo que se supone que es súper nuevo y súper acá y no causa dependencia y todo eso, y luego bien buena onda me dio una muestra con siete de esas maravillosas pastillitas. Me dijo que por nada de este mundo podía dejar de tomarlas por lo menos durante seis meses. Yo salí de ahí un poco más feliz siendo ya toda una farmacodependiente oficial, me hicieron un estudio socioeconómico y me dieron cita otra vez para enero.

Y bueno, todo era alegría y felicidad hasta que fui a la farmacia a comprar mis medicinas. Primero resultó que el doctor me recetó Tafil de 50 mg, y en NINGUNA farmacia del país existe el Tafil de 50 mg. Existe el de 25 mg. pero como es medicamento controlado pues no te pueden vender dos de esos en lugar de uno de 50. Y luego, cuando pregunté por el antidepresivo maravilloso, resulta que la cajita con 20 pastillas cuesta casi $900 pesos. No-ve-cien-tos pesos. Ah, más los cuatrocientos del Tafil, por supuesto, y yo sin chamba, gracias. Uno no puede estar loco en ésta época, me cae. Total que después de recorrer 25 farmacias, salí con las manos vacías y ahora no sé que voy a hacer. Tengo que hablar el Lunes con el doctorcito a ver si me puede cambiar el antidepresivo por otro que es la misma sustancia pero que sí pasa por el hígado y me sale $600 pesos más barato. Damn.

Por lo pronto, tengo la muestra gratis y el Tafil de antes. Espero, de verdad espero, que las mentadas pastillitas sirvan. Por que yo creo que con medicinas uno puede engañar a la cabeza y construirse una felicidad ficticia, pero me pregunto si también las pastillas pueden engañar al corazón.

jueves, septiembre 09, 2010

Algo así.

Madre: ¿has visto pudrirse a los muertos?
¿has visto su carne salada
servir de alimento a gusanos hambrientos?
¿Su rostro tomar parecido
con la cruel textura que tiene el estiércol?
y, en vez del espíritu salvo,
¿vapor pestilente subir rumbo al cielo...?
Si has visto los ojos de un muerto,
sabrás lo que siento por dentro.


José Quintero (Buba).

lunes, septiembre 06, 2010

Encarecida petición.

Como ustedes han podido leer en este su blog de confianza, últimamente no he andado muy bien que digamos. Ha sido una época rara y sobre todo muy difícil. La depresión no es cosa de que uno quiera echarle ganas y salir adelante, es un dolor muy extraño que uno ni sabe bien dónde se localiza, que echa raíces bien profundo y que, básicamente, le jode a uno la vida.

Por eso mis muy queridos lectores, les quería agradecer, primero que nada, porque ustedes con sus comentarios me han mantenido a flote, me han sacado sonrisas y me han hecho sentir mejor. Y segundo, les quería pedir un gran, gran favor: necesito que me manden mucha, mucha buena vibra para que uno de los asuntos que me tienen así, empiece a resolverse. Necesito que me manden buenas energías para que todo salga bien, para que se abra ese camino, pa' que casi casi suceda un milagro, para que se me quite ese agujero que traigo en el pecho y que no me deja respirar. Así que por favor, si tienen un deseo que les sobre por ahí, regálenmenlo, no sean malitos. Yo les prometo regresar las buenas vibras y los buenos deseos, y tenerlos siempre en mis pensamientos.

Necesito toda la ayuda posible. De verdad. Desesperada y encarecidamente se los suplico.
Muchas gracias a todos, por todo.

Los quiero. Y no lo digo nomás porque sí.

miércoles, septiembre 01, 2010

Men in kilts and Highland dancing.

Hace ya algunos viernes, enfundada en unos pantalones de imitación cuero, una blusa escotada y mis zapatitos de plataforma negra; fui arrastrada en contra de mi voluntad por mi mejor amiga de la prepa hasta los bares de la Condesa. Hacía aproximadamente cinco años que no salíamos ella y yo solas y por alguna extraña intuición del universo, esa parecía una buena noche para regresar a las andadas. Así fue como después de inspeccionar muchos lugares (como dos, ja), entramos a un barecillo bastante equis donde la música se oía super fresa (nuestra favorita) y la gente no parecía tan mamona, así que podríamos bailar ridículamente como lo hacíamos en nuestros buenos tiempos de juventud. Ya adentro, nos instalamos en el primer sillón que vimos desocupado y pedimos ella un Bailey’s y yo super loser una Coca con hielo (por eso de que no puedo tomar). Y entonces, como lo habíamos prometido, nos dedicamos a bailar estúpidamente sin prestar mayor atención a los asistentes masculinos, que a final de cuentas, después de escanear brevemente el lugar, no había ni uno solo más o menos decente como para perder el tiempo en ligotear.
Fue en una canción de negros cuando un bombón al que yo no había visto se me acercó de la nada y balbuceó algo que no pude entender.
- ¿Quéeee?
- Do you speak English?- me dijo con acento de Harry Potter.

Y bueno, pues que nos ponemos a hablar en inglés, yo con mi acento pésimo y a él que todas las palabras le sonaban tan bonitas. A mi amiga le presentó a su amigo australiano mientras me contaba que él era escocés, que había estado en México desde hacía unos días y que se iba a el lunes de regreso a su país. Bailamos, y un mesero bastante oportuno me empujó al pasar, haciendo que me pegara al cuerpecito super bien formado del escocés, el cual ni tardo ni perezoso, aprovechó la oportunidad y me besó. Y pues que me gusta la besuqueada y que ya no nos despegamos en toda la noche, hasta que pusieron Timbiriche y todas esas cosas de mi (uuuuh) generación y pues no me quedó más remedio que quitarme los malditos tacones traicioneros que ya me habían sacado ampollas y ponerme a brincar como una loca con mi amiga mientras los extranjeritos nos veían con cara de whatthebloodyhell mientras trataban de imitar nuestras coreografías. Total que intercambiamos mails y nos despedimos y pues cada quien para su casa/hostal y todo bien.

Al otro día me encontré un mail del escocés en mi inbox preguntándome que si quería hacer algo el domingo, y pues como no tengo vida social y menos los domingos, quedamos de vernos afuera del Museo de Antropología en Chapultepec. Obvio, el siendo escocés, estaba ahí a la hora en punto, y yo corriendo porque el taxi no llegaba y el tráfico no cooperó nada, llegué un poco tarde pero sin perder el glamour. Nos fuimos a pasear, tomamos un camión a la Roma (resultó que el escuincle sabía usar mejor el transporte público mexicano que yo, ja) y me lo llevé a La Cervecería. Hizo una cara extraña al probar la michelada, pero le dije que no se podia ir de México sin probar una. Me platicó de su país, de sus hermanas, de que había vivido en Francia donde era instructor de esquí (punto más para él), que ya tenía chamba para cuando regresara, que se había pasado las últimas siete semanas viajando solo por Latinoamerica, que había surfeado en Costa Rica (cien puntos más para él), y que se le hacía raro y bien bonito ver que en México la gente se besaba y abrazaba en la calle así, a plena luz del día. Yo le conté un poquito de mi, y entonces me agarró la mano y me la apretó fuerte y me dijo con su ancento encantador:
- Nunca nadie me había besado como tú me besaste el viernes. Me pones nervioso, ¿sabes?... Si quisieras, podrías hacer lo que fuera de mi.

Yo sonreí, tratando de olvidar que le llevaba cinco años y que él se regresaba en unas horas a su país primermundista y que yo todavía traigo el corazón hecho millones de pedacitos filosos que se me entierran profundo en el alma cada que respiro. Me le quedé viendo y me di cuenta por qué me gustan chavitos. Y es que a los 23 pareciera que todavía no se les acaba la ternura en la mirada, en las palabras, en los besos. Caminamos agarrados de la mano hasta un cafecito, y ahí nos quedamos platicando otras dos horas, hasta que empezó a llover estrepitosamente. Esperando el taxi, me abrazó muy fuerte, y nos quedamos así, mojándonos sin que nos importara la lluvia. Por primera vez en meses, sentí que el aire me entraba a los pulmones. Y respiré.

Lo dejé en el metro Centro Médico. Nos besamos mucho, apresurado y lento, desesperadamente como cuando se sabe de antemano que será la última vez. Prometimos escribirnos, se bajó del taxi, me dijo adiós con la mano y se alejó.

Al día siguiente, me encontré con un mail que decía:
"Me dio mucho gusto haber decidido salir el viernes, porque así pude conocerte. Me gustaría que las circunstancias fueran diferentes, pero puedes estar segura que te voy a recordar por siempre. Espero volver a verte algún día."

Y yo, mientras sonreía, respire profundo sabiendo que en cualquier momento, el aire me iba a empezar a faltar otra vez.