miércoles, mayo 18, 2011

Enjoy the silence.

Tenía yo diecinueve años recién cumplidos cuando conocí al que sería mi primer novio "formal". Iba en mi misma universidad sólo que un año abajo, y desde que lo vi la primera vez me encantó. Cada descanso, esperaba sentada en la cafetería a que él bajara también y lo veía medio embobada, hasta que un amigo me lo presentó en una clase de dibujo. Yo ya estaba bien emocionada cuando me enteré que había empezado a andar con otra niña. Dos semanas después, lo intercepté en un pasillo y platicando, me dijo que si yo quería andar con él dejaba a la otra. Desde ese 17 de noviembre se nos vio juntos por todos los rincones de la escuela, mis amigos se convirtieron en los suyos, nos ayudábamos con las interminables tareas, conocí a sus papás y a sus hermanos y él a los míos, caminamos de la mano por los parques, hicimos nuestras varias esquinas, brillamos en las banquetas, nos besuqueamos en el sillón de mi sala, despertamos envidias entre los demás compañeros, bailamos en unos XV años y nos conocimos y desconocimos miles, millones de veces.

Durante el año y medio que anduvimos, nos quisimos de a de veras. Nos mandábamos cartas de amor cada mes cumplido y cuando nos sobraba algún pretexto. Hicimos planes que él decía incluirían un anillo de diamantes y yo decía que incluirían un gato, nos aprendimos de memoria nuestros gestos, empezamos a intuir nuestras reacciones. Pero a los veinte años, uno es muy tonto y piensa que esas cosas se encuentran seguido, que los amores irán y vendrán como si fuera costumbre, que uno se enamorará así cada mes, que amores de tu vida sobrarán en el camino. Cortamos porque yo quise, porque según yo me faltaban de vivir muchas cosas, porque éramos demasiado inexpertos y yo demasiado idealista. Y después de intentar que yo volviera varias veces, se resignó y se fue y se volvió otro extraño triste más en mi vida.

Es curioso como hoy, después de diez años de que haya pasado por mi vida con su aire distraído y su andar apresurado, yo todavía me acuerde de cómo fuimos y de cuánto nos quisimos. Mi memoria todavía guarda con cariño todos esos pequeños detalles que lo hicieron mío y que lo fueron todo: su suéter de grecas que me encantaba, el olor de su piel, sus tenis Converse azul marino, las travesías por las tiendas de discos para encontrar los inéditos de Depeche Mode, nuestras estúpidas peleas por teléfono, la ligereza de su persona cuando se reía, el libro de Sabines que guarda una foto de él cuando era niño, nuestro viaje a las pirámides, esa vez que se enojó y me hizo perseguirlo por toda la escuela, su chamarra de los Dolphins de Miami. Todas y cada una de esas pequeñas cosas por las cuales lo quise tanto y que (estúpida si lo intentara) jamás nadie podrá reproducir.

Ojalá pudiera hoy decirle lo importante que fue para mi, lo mucho que le agradezco esa manera tan suya de quererme, el cariño que le guardo y cuánto aprecio que me haya enseñado a querer con el infinito. Y que sí, que pienso en él y todavía hoy me pregunto qué hubiera pasado si nos hubiéramos encontrado en otro momento. Ahora, tal vez.
Peeeero (me encantan los peros) quién sabe. Me han hecho pedazos el corazón en el camino. Qué ganas de ser la misma que era hace diez años, y poder volver a querer con esa inocencia y esa premura y esas ganas.

Cuando leo sus cartas me recuerdo así, cierro los ojos y guardo silencio. Por un breve segundo, vuelvo a tener diecinueve y todo está claro otra vez.

miércoles, mayo 11, 2011

Sin sentido.

Me haces falta. Me haces falta para encontrar mi dirección en esta vida, para enfrentarla y para vivirla. Me hacen falta tus ojos de mar y tus manos que a pesar del frío siempre estuvieron tibias. Me hace falta nuestra Luna a la mitad del parque, las olas que te gustaba perseguir, la arena húmeda de nuestra playa, tu chamarra en mis hombros. Me hace falta que me hagas cosquillas para que me vuelva a reír, me hacen falta tus chistes, tu alegría, nuestros programas favoritos, la pizza que nos comíamos en la cama, tus calcetines de colores. Tú, todo tú, tu estatura, tus jeans rotos, tus brazos, tus besos, tus audífonos del iPod, tu voz, los nombres que me inventabas, los planes que se nos quedaron flotando en el aire, tu moto. Y es que esta necedad mia de acordarme tanto de ti todo el tiempo, esa ausencia tuya que me pisa los talones, esa voz que me sigue diciendo que eras tú y que no será ya nadie más que tú y que me va a acabar matando tarde o temprano...

Te extraño. Un chingo.
Regresa.

Estoy rota.