jueves, enero 05, 2012

Qué raro es eso de morirse.

Ayer murió un amigo de mi papá. Era actor, acababa de salir en Miss Bala. Hace dos meses le diagnosticaron cáncer de páncreas y el miércoles en la mañana se fue. Son de esas cosas que no te esperas (si es que algún día se pueda esperar la muerte) y que te hacen ponerte a pensar qué se sentirá saber de a de veras que va a ser tu última Navidad, tu último año nuevo. Saber que pronto vas a desaparecer y no saber a dónde vas. Una persona está y al otro día ya no existe, nada. Qué raro es eso de morirse. ¿Qué pasa con todas las cosas que uno hizo, sus historias, los recuerdos que nunca le contó a nadie? ¿y todos esos lugares que visitaste, los que sólo tú sabías lo que te hacían sentir, la nostalgia que te recorría las entrañas cuando pasabas por ahí? ¿quién se queda con eso, a dónde va?... Y todos tus amores, esos que con tanto afán coleccionaste, esos que hicieron tu historia, ¿a esos qué les pasa? ¿dónde se queda todo eso?... un día ya no estás y ya. Y siempre te quedarán pendientes, cosas por hacer, personas que abrazar. Qué extraño es eso de morirse. Tanto que lucha uno en esta vida, tanto que se esfuerza por sentirse vivo, y un día cierras los ojos y te vas así nomás, sin importar qué hiciste y qué no, qué tanto quisiste y con cuánta intensidad, si fuiste bueno o malo, rico o pobre, inteligente o estúpido. Te vas sin importar si no alcanzaste a ver la última película de Batman o sin saber en qué acababa Harry Potter. Te vas si te la pasaste en el trabajo todos los días hasta las 12 de la noche o si conociste cada rincón del mundo. Te llevan a veces a la fuerza aún cuando te haya faltado dar un último beso a aquel amor que dejaste pendiente. Se mueren los genios y se mueren los imbéciles. Cierran tu casa o tu cuarto con llave y se queda tu ausencia cuidando todas las cosas que formaban parte de tu día a día y que ya no vas a volver a usar nunca. Aquel vestido dorado que te pusiste la primera vez que te quedaste a dormir en su casa, la colcha que te tejió tu mamá, el gato de peluche que te regaló tu abuela en tu cumpleaños número ocho, las cartas de tu primer novio y todo eso que no volverá a tener sentido jamás para nadie. No, nunca entenderé a la muerte. No sé qué será eso de desaparecer del mundo un día y para siempre. No le temo, la he hasta anhelado en horas oscuras, pero no la entiendo.

Y aún así, todos nos andamos muriendo.



Descanse en Paz Miguel Couturier.