martes, mayo 15, 2012

No puedes verla en la oscuridad de una noche sin estrellas.

"Tomo mis cosas, me arreglo la boina y bajo a la puerta de salida. Llevo la bolsa y el estuche en las manos y el pase entre los dedos, pero logro, entre la puerta y la escalerilla del avión, romper la carta y arrojar los pedazos al viento frío, a la niebla que quizá los lleve hasta el lago donde te zambullías, Juan Luis, en busca de un espejismo"


El libro de Aura me lo encontré empolvado en el librero entre los cientos que coleccionan mis papás mucho antes de que nos fuera obligatorio leerlo en la prepa. Era una edición que compilaba varios cuentos, entre ellos 'Chac Mool' y 'Un alma pura'; "Cantar de Ciegos", se llamaba. No sé qué fue lo que me llamó la atención para haber escogido ese libro entre tantos otros, pero no lo volví a soltar. Su portada gastada negra, sus páginas amarillas con olor a aspirina, lo cómodo de su tamaño, los nombres de los protagonistas de cada cuento que se quedaron para siempre en mi memoria. Y luego al final, el último cuento: Aura. Su narrativa (para mi entonces aún extraña) en segunda persona me fue llevando de la mano como si yo fuera una parte de Felipe, y como él, me enamoré de Aura. La frase final del cuento desde entonces no se me ha olvidado, y es como una extraña promesa de que algo mejor está por venir. Volverá, Felipe, la traeremos juntos, decía. Carlos Fuentes me enseñó que la magia existe y que el amor eterno, ese que perdura catorce mil vidas no era nada más una ilusión mía. Me aferré a ese libro viejo de portada negra como a ninguno antes. Lo llevaba en la bolsa a todos lados. Me lo llevé a la playa y entre sus hojas se quedó algo de arena, me lo llevé aquel fin de semana cuando me enamoré por quinceava ocasión y guardé en él una pluma tornasolada que encontré en ese jardín. Entre sus hojas guardé también un boleto del cine de aquella vez que tuve la mejor compañía del mundo, un flyer de algún paseo de la mano de algún otro amor fugaz de esos que se me daban tan bien. Y Aura me acompañaba siempre; Aura y Felipe y los gatos y todos los demás cuentos que leía y leía hasta repetirlos casi de memoria.

Pasó el tiempo y el libro se quedó en mi librero con todos esos recuerdos adentro. Leí 'Cambio de Piel', 'Cumpleaños, 'Agua Quemada' y 'Gringo Viejo' entre otras, y me gustaron pero nunca como Aura. Fue quizás hasta 'Inquieta Compañía' que encontré un poco de esa magia que tanta falta me hacía. Y luego, un día me fui muy lejos, me cambié de país y de idioma y un poquito de historia también. Y allá tan lejos, a la mitad de una felicidad que nunca había sentido antes, enfrente de unos ojos azules y un pedacito de mar, el libro de Aura llegó a mis manos de nuevo y por casualidad. Todo ese tiempo mientras estuve lejos, cada vez que me sentía triste o sola, volvía a leer de nuevo la historia de Aura y de Felipe y pensaba: Así es el amor al que yo espero en esta vida.


Regresé. Pegué los pedacitos que me quedaban de corazón y me enamoré de nuevo. Cuando me preguntó él, un día acostados en su cama que si un día tuviéramos una hija qué nombre me gustaría ponerle, yo sin dudarlo contesté: Aura. Quiero que se llame Aura.

Hoy ese libro de portada negra descansa en mi librero con la foto de mi abuela encima y la pluma y la arena y el boleto del cine adentro. La otra versión, la que me regalaron muy lejos, debajo de ellos. Y la historia de Aura muy adentro de mi, justo ahora en mi garganta en donde siento el nudo mientras escribo.

Gracias Carlos Fuentes por tus vampiros, tus ángeles y tus brujas, por Juan Luis y Amilamia, por tus hermosas palabras, por tu magia, por Aura y Felipe y sobre todo por mi historia que de alguna manera también me la contaste tú.

Descanse en paz.

(1928-2012)